
Se sentaba cada mañana en el mismo banco de aquel parque, le
gustaba ver pasar a la gente, ver sus caras e imaginar sus vidas.
Así, decidió, que la chica que cada mañana corría con cara
de sueño, en realidad sólo lo hacía para poder sudar todo el asco que le
causaba la saliva de las bocas a las que tenía que satisfacer en
aquel tugurio, situado en la otra punta de la ciudad, en el que perdía, cada
noche, la belleza, la inocencia y la
juventud.
También imaginaba que el señor con el sombrero, que paseaba
a aquel anciano perro pulgoso, en realidad sólo lo utilizaba para huir un rato
cada día de aquella vida cargada de decepciones y mentiras, tratando, en esos
paseos en círculo alrededor de la laguna, olvidar la desesperación que le
causaba el arrepentimiento de no haber vuelto a ese puerto de mar, a buscar al
amor de su vida, cuando tuvo la ocasión hacerlo.
Y otro ejemplo, la mujer, entrada en años, tremendamente maquillada y
cada día con una minifalda diferente, que dejaba a sus hijos en el colegio y a
su marido ocupado, como siempre, con algún asunto importante, más importante
que ella, y así llegaba al parque, cada mañana, con intención de recuperar los
años perdidos entre pañales y biberones, encontrándose con aquel jovencito, que
no debía tener más de 21 años y que se comía el mundo, más ahora que podía contar
a sus amigos como engañaba a una cincuentona, que aún conservaba el cuerpo de sus 25 y ellos, al oír esas
historias, no podían disimular su envidia.
Imaginaba lo que sentían o pensaban cada día, por las
caras con las que llegaban inventaba una nueva historia de lo que les había ocurrido
el día anterior, siempre trágico.
Tenía mucho imaginación, también siempre supo que esas
historias sólo eran eso, imaginación.
Hasta que un martes de octubre apareció, pensó que era de
esas personas que por mera casualidad pasaban por el parque un día y nunca se
las vuelve a ver por allí, trató de no darle mucha importancia, pero a la
mañana siguiente, a la misma hora, ella estaba en ese mismo lugar otra vez y
así durante cada día de esa semana y la siguiente y la siguiente…
Dejó de imaginar, ya no se preocupó más por el resto de los
personajes de aquel extravagante cuento que su cabeza había formado a lo largo
de los años.
Verla cada mañana comenzó a volverse una obsesión, nunca
quiso imaginar su vida, no quería que sus macabras ideas estropearan aquel halo
de pureza que la rodeaba pero, el motivo principal por el que no quería imaginarla,
era que quería vivirla, ser parte de aquella vida.
Pasaron meses, sólo podía pensar la forma de hablarle y
aquello no podía continuar así. Lo preparó todo, el martes de la semana
siguiente fue el día elegido, se pasó toda la semana pensando como lo haría, le
saludaría, le diría algo, le confesaría que llevaba meses viéndola pasar por su lado y le invitaría a
un café.
Así, entre esos pensamientos la semana pasó rápidamente llegó el gran día, no había podido dormir la
noche anterior. Se arregló, mucho más de lo habitual y bajo a su banco a
esperarla.
Los nervios le comían por dentro, las manos le sudaban y no
estaba muy seguro de poder levantarse sin que sus piernas fallaran en el
intento, ella llegó y en un alarde de valentía y decisión se levantó y comenzó a
acercarse lentamente, entonces sucedió, el sonido de un disparo acabó de un
plumazo con la tranquilidad del parque, sus nervios hicieron que no se diera
cuenta de lo sucedido, para cuando fue consciente, ella le sostenía la mano y
gritaba pidiendo ayuda, el disparo le había alcanzado, por la espalda, trató de
decir algo pero no fue capaz.
Una patrulla de policía, que se encontraba en el lugar, había
reducido al marido de la mujer de la minifalda, al que la ira y los celos habían
cegado la razón, después de que alguien le confesara que su mujer se encontraba
con su amante, alguien más joven, cada mañana en ese parque.
En ese tiempo él no pudo hacer nada más que mirarla y
arrepentirse de no haberle hablado meses atrás, ahora no era capaz de articular palabra, con esa idea en su cabeza y su mirada fija en sus ojos, su
cuerpo perdió las fuerzas.
La ambulancia llegó tarde, como él.