Ahora bien, puedes levantarte un día de agosto, tener la sensación de que van a cambiar las cosas y que tu estúpida mente decida que no hay forma posible de que vayan a peor, pero al final, contra toda lógica te acabas estampando de bruces contra una realidad que nunca te había dado por pensar, y no te partes nada en tres partes, y tu piel huele a piña y granadina y está exactamente igual que en el momento que saliste de casa. La herida en cambio está muy por debajo de esa piel y duele tanto que desearías estar despeñándote por una roca en lugar de sentada en las escaleras de tu casa, fumándote el último cigarro del paquete, el tabaco siempre se acaba en el peor momento.

Lo que está claro es que no hay pastillas que te alivien el dolor ni puedes poner una venda, tumbarte en la cama y esperar que el sueño venga a buscarte sin pensar más en ello.
Esas heridas son las que te causa la gente y seamos realistas todos las hemos causado alguna vez, simplemente que mientras algunos intentan hacer el menor destrozo posible, otros arrasan con todo…
Esos instantes son en los que realmente escuchas el silencio, un horrible silencio y en la cabeza visualizas el momento exacto en el que dejaste que esto llegara a donde está, ese momento puede haber sucedido de muchas maneras, en este caso digamos que fue una elección, quizá lo que retumba no es que te hicieran elegir, ni quien te hizo elegir, es lo que elegiste, la estúpida elección y todo lo sucedido detrás de ella.
Y el caso es que siempre hay que arrepentirse de lo hecho y para atrás ni para coger impulso pero como algún día inventen una máquina del tiempo, muchos volveríamos a esos momentos y cambiaríamos nuestra herida por dejar un ojo morado, yo al menos sí.
Y ahora coged un trapo y pasadlo por la pantalla, esto se quita, solo es sangre…
No hay comentarios:
Publicar un comentario