Se despertó sobresaltada, la luz se intuía y hacía algo más clara la habitación, en la mesita el reloj marcaba las 9 pasadas.
-Joder, otra vez tarde. Murmuró mientras se levantaba, aun más dormida que despierta.
Levantó la cortina, que no persiana, en ese país no conocían la existencia de ese aparato tan útil. Encendió el ordenador y dejó que Quique González matara ese silencio que inundaba la casa en esa mañana tan gris.
Un martes, tarde, gris y sonando algo como “…Estará consiguiendo vivir de quimeras, recordando los cuerpos, olvidando los nombres…” hay días que no empiezan bien…
Decidió que era un día para perderse, perderse por algún lugar de esos con encanto, quizá rodearse de arte en un museo o tal vez de gente variopinta en algún barrio, alguna de esas cosas que le hacían acordarse tanto de ti. Un lugar de esos donde encontrar cosas y situaciones que no podría contarte ni enseñarte pero harían que durante un rato pensara en lo mucho que le gustaría poder hacerlo.
Miró por la ventana, estaba nevando otra vez.
Terminó de vestirse y bebió el café ya frío, de un trago. Se abrigó como si estuviera en Siberia y se dispuso a salir.
Abrió la puerta y se quedó paralizada, ahí estaba él, esperándola, con esa sonrisa y esos ojos, su bolso cayó al suelo.
Entonces despertó.